viernes, 17 de octubre de 2014

SENTIMIENTO DE PÉRDIDA Y CULPABILIDAD

La sociedad en la que vivimos nos enseña a buscar culpables desde que somos pequeños, lo vemos a diario en la calle, en las empresas, incluso en política, se gasta más energía en buscar culpables que en buscar soluciones, y eso es porque nos han educado así.

Por eso yo estoy intentando por todos los medios educar a mi hijo de otra manera. Si educamos buscando culpables, diciendo a los niños cuando se equivocan “¿Has visto lo que has hecho?” o “Si haces esto, mamá se pondrá triste” lo único que conseguimos es fomentar el sentimiento de culpabilidad y minar en la autoestima del niño. Un niño con sentimiento de culpabilidad será un adulto con miedo, manipulable e inseguro de sí mismo, y la inseguridad y baja autoestima lleva a la infelicidad, y la infelicidad lleva a buscar culpables de esa propia infelicidad… y así construimos un círculo vicioso que se va retroalimentando de una generación a otra…

Cuando Guillem llegó a casa, me gustaría decir que fueron días felices, pero en realidad fueron meses de desorientación, nuestra vida había cambiado muchísimo y de una manera que no era como tenía que ser. Su papá estaba de baja así que me ayudó mucho, pero aunque tuve su apoyo, siempre había como una sombra, algo que no me dejaba ser feliz, la preocupación por la salud de mi pequeño. Nació muy pequeñito y tardó mucho en ganar peso, iba muy despacio. Afortunadamente, lo único que tenía era eso: era pequeño. De salud estaba bien, apenas se constipaba, veía y oía a la perfección, y no necesitó ningún tipo de ayuda a nivel psicomotor. Cuando íbamos al hospital a las revisiones me sentía afortunada porque en la sala de espera veía casos que sí que eran para sufrir: niños con parálisis cerebral, ceguera, y un largo etcétera.

Pero fue cuando volví a trabajar cuando me di cuenta que algo no estaba bien en mi interior. Habían vendido el 50% de las acciones de la empresa en la que trabajaba a la competencia, y nos habían trasladado a casi el 50% de los empleados, así que al incorporarme de nuevo, volví a una empresa diferente, con tareas diferentes y compañeros diferentes ¡Demasiados cambios en mi vida de golpe!

Me levantaba por las mañanas llorando porque no quería ir a trabajar, como una niña que no quiere ir al colegio. Y si pensaba en mi pequeño lo único que me venía a la mente eran aquellos terribles días en el hospital, mientras él estaba ingresado, yendo y viniendo día tras día, tan chiquitito, tan indefenso… No había podido disfrutar de la lactancia materna, eso me atormentaba… como era tan pequeño tenía que pesarlo antes de darle el pecho, una vez acababa lo volvía a pesar y la diferencia de lo que tendría que haber tomado, se la daba con biberón. No disfrutaba nada de ello, y tenía entendido que la lactancia tenía que ser un momento placentero para la madre y para el hijo, pero para mí no lo era… Continuaba leyendo sobre los beneficios de la lactancia materna y como se juzgaba a las madres que se decantaban por la leche de fórmula… ¡Me había convertido en una clase de madre que no quería ser!  Y cada día me sentía más y más culpable…

Me decidí a ir al médico y me diagnosticaron una depresión reactiva, no era la clásica depresión post parto, ya que Guillem tenía ya más de 9 meses, pero tantos cambios en mi vida, y no todos felices, me habían hecho tambalearme. Además el papá de Guillem también estaba pasando una época malísima en el trabajo y aunque estuvimos muy unidos, no pudimos ser el uno para el otro el pilar que tendríamos que haber sido.

Me negué a tomar antidepresivos, en mi opinión los antidepresivos enmascaran los síntomas pero no resuelven el problema, para salir de verdad de una depresión se tiene que buscar la raíz y trabajar sobre ella. Me decidí a empezar una terapia con flores de Bach, terapia que duró dos años y con la que estoy contentísima con los resultados. En esta terapia me di cuenta de que las depresiones o, simplemente las emociones negativas, son como una cebolla, tienen capas, y primero se tiene que trabajar sobre las más superficiales para, poco a poco ir ahondando en el problema de verdad. Mi primera capa eran los cambios recientes en mi vida: el cambio de trabajo y el nacimiento traumático de mi hijo. A medida que iba trabajando en la terapia iba retirando capas: complejos, relación con familiares y amigos, etc… y al fondo de todo, siempre había una sombra… el sentimiento de culpa.

Las flores de Bach son esencias que ayudan a afrontar las emociones que estamos viviendo en determinados momentos. Igual como nos tomamos una manzanilla cuando nos sentimos mal del estómago, o una tila cuando estamos nerviosos, las flores de Bach trabajan sobre las emociones.
He trabajado mucho el sentimiento de culpa y actualmente soy capaz de darme cuenta de cuando estoy a punto de dejarme llevar por él.

En conclusión, en partos traumáticos, nacimientos prematuros, etc es normal tener cierto sentimiento de culpa, si cualquier mamá se siente así es completamente normal, nos pasa a todas, pero no debemos dejarnos llevar por este sentimiento y tenemos que buscar ayuda de inmediato. Que sea normal no significa que sea verdad.


Y lo que aprendí de todo aquello es que los cambios, aunque son duros mientras se están viviendo, siempre, siempre, siempre son para mejorar. Porque si no hubiera pasado por todo aquello no me habría dado cuenta de que siempre me dejaba manipular por el sentimiento de culpabilidad, no lo habría podido corregir, no habría podido crecer y ahora, ¡no me sentiría libre y feliz!

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