La sociedad en la que vivimos nos enseña a buscar culpables
desde que somos pequeños, lo vemos a diario en la calle, en las empresas,
incluso en política, se gasta más energía en buscar culpables que en buscar soluciones, y
eso es porque nos han educado así.
Por eso yo estoy intentando por todos los medios educar a mi
hijo de otra manera. Si educamos buscando culpables, diciendo a los niños
cuando se equivocan “¿Has visto lo que has hecho?” o “Si haces esto, mamá se
pondrá triste” lo único que conseguimos es fomentar el sentimiento de
culpabilidad y minar en la autoestima del niño. Un niño con sentimiento de
culpabilidad será un adulto con miedo, manipulable e inseguro de sí mismo, y la
inseguridad y baja autoestima lleva a la infelicidad, y la infelicidad lleva a
buscar culpables de esa propia infelicidad… y así construimos un círculo
vicioso que se va retroalimentando de una generación a otra…
Cuando Guillem llegó a casa, me gustaría decir que fueron
días felices, pero en realidad fueron meses de desorientación, nuestra vida
había cambiado muchísimo y de una manera que no era como tenía que ser. Su papá
estaba de baja así que me ayudó mucho, pero aunque tuve su apoyo, siempre había
como una sombra, algo que no me dejaba ser feliz, la preocupación por la salud
de mi pequeño. Nació muy pequeñito y tardó mucho en ganar peso, iba muy
despacio. Afortunadamente, lo único que tenía era eso: era pequeño. De salud
estaba bien, apenas se constipaba, veía y oía a la perfección, y no necesitó
ningún tipo de ayuda a nivel psicomotor. Cuando íbamos al hospital a las
revisiones me sentía afortunada porque en la sala de espera veía casos que sí
que eran para sufrir: niños con parálisis cerebral, ceguera, y un largo
etcétera.
Pero fue cuando volví a trabajar cuando me di cuenta que algo
no estaba bien en mi interior. Habían vendido el 50% de las acciones de la empresa en la que trabajaba a la competencia, y nos habían trasladado a casi el 50% de los empleados,
así que al incorporarme de nuevo, volví a una empresa diferente, con tareas
diferentes y compañeros diferentes ¡Demasiados cambios en mi vida de golpe!
Me levantaba por las mañanas llorando porque no quería ir a
trabajar, como una niña que no quiere ir al colegio. Y si pensaba en mi pequeño lo
único que me venía a la mente eran aquellos terribles días en el hospital,
mientras él estaba ingresado, yendo y viniendo día tras día, tan chiquitito,
tan indefenso… No había podido disfrutar de la lactancia materna, eso me atormentaba…
como era tan pequeño tenía que pesarlo antes de darle el pecho, una vez acababa
lo volvía a pesar y la diferencia de lo que tendría que haber tomado, se la daba
con biberón. No disfrutaba nada de ello, y tenía entendido que la lactancia
tenía que ser un momento placentero para la madre y para el hijo, pero para mí
no lo era… Continuaba leyendo sobre los beneficios de la lactancia materna y
como se juzgaba a las madres que se decantaban por la leche de fórmula… ¡Me
había convertido en una clase de madre que no quería ser! Y cada día me sentía más y más culpable…
Me decidí a ir al médico y me diagnosticaron una depresión
reactiva, no era la clásica depresión post parto, ya que Guillem tenía ya más
de 9 meses, pero tantos cambios en mi vida, y no todos felices, me habían hecho
tambalearme. Además el papá de Guillem también estaba pasando una época
malísima en el trabajo y aunque estuvimos muy unidos, no pudimos ser el uno
para el otro el pilar que tendríamos que haber sido.
Me negué a tomar antidepresivos, en mi opinión los
antidepresivos enmascaran los síntomas pero no resuelven el problema, para
salir de verdad de una depresión se tiene que buscar la raíz y trabajar sobre
ella. Me decidí a empezar una terapia con flores de Bach, terapia que duró dos
años y con la que estoy contentísima con los resultados. En esta terapia me di
cuenta de que las depresiones o, simplemente las emociones negativas, son como
una cebolla, tienen capas, y primero se tiene que trabajar sobre las más
superficiales para, poco a poco ir ahondando en el problema de verdad. Mi
primera capa eran los cambios recientes en mi vida: el cambio de trabajo y el
nacimiento traumático de mi hijo. A medida que iba trabajando en la terapia iba
retirando capas: complejos, relación con familiares y amigos, etc… y al fondo
de todo, siempre había una sombra… el sentimiento de culpa.
Las flores de Bach son esencias que ayudan a afrontar las
emociones que estamos viviendo en determinados momentos. Igual como nos tomamos
una manzanilla cuando nos sentimos mal del estómago, o una tila cuando estamos
nerviosos, las flores de Bach trabajan sobre las emociones.
He trabajado mucho el sentimiento de culpa y actualmente soy
capaz de darme cuenta de cuando estoy a punto de dejarme llevar por él.
En conclusión, en partos traumáticos, nacimientos
prematuros, etc es normal tener cierto sentimiento de culpa, si cualquier mamá
se siente así es completamente normal, nos pasa a todas, pero no debemos
dejarnos llevar por este sentimiento y tenemos que buscar ayuda de inmediato.
Que sea normal no significa que sea verdad.
Y lo que aprendí de todo aquello es que los cambios, aunque
son duros mientras se están viviendo, siempre, siempre, siempre son para
mejorar. Porque si no hubiera pasado por todo aquello no me habría dado cuenta
de que siempre me dejaba manipular por el sentimiento de culpabilidad, no lo
habría podido corregir, no habría podido crecer y ahora, ¡no me sentiría libre
y feliz!
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