jueves, 16 de octubre de 2014

CUANDO LA LLEGADA DE UN HIJO NO ES CÓMO UNO ESPERA

La llegada de un hijo siempre es motivo de celebración y alegría, y la sociedad no nos prepara a afrontar un parto traumático, o simplemente un parto prematuro. Cuando un niño llega antes de tiempo, siempre hay un sentimiento de pérdida, ya sea pérdida del tiempo que le queda a la madre por disfrutar de su embarazo, pérdida de salud o, en los peores casos, la pérdida de la vida de nuestro hijo.
Por eso me he decido a escribir este blog: Si hubiera sabido que todos los sentimientos y emociones que tenía y que por lo que estuve pasando el primer año de vida de mi hijo, eran completamente normales en mamás de niños prematuros, me habría ahorrado mucho sufrimiento, y sobretodo, sentimiento de culpabilidad.


Todo el embarazo transcurrió con normalidad, me encontré muy bien, ni mareos ni náuseas ni vómitos… sólo algunos olores me daban asco y me molestó un poco la ciática.

Estando embarazada de unas 30 semanas (unos 7 meses y medio) me hicieron una ecografía y vieron que el bebé era bastante más pequeño de lo que debería ser en ese tiempo. Al llevarle los resultados a mi ginecóloga me aconsejó volver a hacer otra ecografía pasados 15 días para controlar que no hubiera una restricción de crecimiento. A los 15 días volví a hacerme otra ecografía y efectivamente, había una restricción de crecimiento: estaba embarazada de casi 8 meses pero su tamaño era como si estuviera de 6 y medio. Así que la doctora me envió de Urgencias al hospital Sant Joan de Déu (hospital con el que estoy encantadísima y si vuelvo a tener otro hijo, no dudaré en tenerlo allí también).

Una vez en el hospital me hicieron más ecografías y decidieron ingresarme para, al día siguiente, hacer otra de alta resolución. En esa eco los médicos vieron que empezaba a faltarle riego sanguíneo en una vena de la cabeza, así que tras valorarlo con los neonatólogos decidieron provocar el parto, mediante cesárea, para controlarlo estando fuera.

Lo que en aquellas horas pasaba por mi mente y por mi corazón era MIEDO. Nunca había tenido tanto miedo… ¿Qué me iban a hacer? ¿Me dolería cuándo me pusieran la epidural? ¿El equipo médico me juzgaría como una primeriza? ¿Serían agradables y cariñosos conmigo? Y lo más importante ¿sobreviviría mi hijo? Ese era el mayor miedo de todos, y estaba convencida de que no, no estaba preparado para sobrevivir afuera, sin el calor y la protección que le brindaba el vientre materno.

Llegó la hora, y tengo que decir que el equipo médico fue encantador, el anestesista estuvo todo el tiempo a mi lado y la comadrona me tranquilizó diciéndome que NO oiría llorar al bebé, cuando se trata de cesáreas no les dejan llorar. También me regaló un body muy chiquitito que habían encontrado en la ropa de la lavandería, para que me diera suerte, y lo guardo todavía con muchísimo cariño.

¡Llegó Guillem! Con 1.350 kg y 37 cm. Sin poder verlo ni tocarlo, se lo llevaron a la habitación de al lado a hacerle las pruebas de Apgar, entre otras. Yo lo veía de una habitación a otra, con las puertas abiertas, había mucha gente valorando a mi niño, y sólo le pedía a Dios que fuera fuerte para salir adelante. Cuando terminaron una enfermera me lo enseño y me dijo que tenían que llevarlo a la incubadora, pero estaba todo bien.


Nació a las 00:50 y debían ser sobre las 2:00 cuando me llevaron a la habitación, vacía y sola, sin mi bebé. Estaba su papá conmigo, pero no estaba él. Y el miedo seguía ahí ¿Vivirá?

Al día siguiente vino gente a verme, familiares y amigos, era sábado así que vino mucha gente. Yo no podía entender por qué estaban todos tan contentos, lo que había pasado ¡¡no era positivo!! Yo casi no había podido ver a mi pequeño, y ¡aún no había podido tocarlo! Estaba convencida de que no saldría adelante… y si a mí me faltaba tanto, yo tenía que faltarle a él todavía más ¿Qué clase de madre era? ¿Había sido culpa mía?

Al nacer le tuvieron que poner un catéter umbilical, así que hasta que se lo quitaron, pasados 5 días, no pude coger a mi bebé. Y puedo aseguraros que no hay nada en esta vida más triste que privarle a una madre de sostener y darle calor a su hijo recién nacido.

Una vez le hubieran quitado el catéter umbilical, pudimos cogerlo, amamantarlo y empezar a trabajar con el método Madre Canguro (en otra entrada os explicaré la maravillosa experiencia que es hacer esto con nuestros pequeños).

De todos aquellos días, el peor de todos fue el día que me dieron el alta a mí. Tuve que volver a casa pero sin mi bebé… por las noches me sacaba la leche con una máquina para poder dársela al día siguiente con una bomba a través de una sonda naso-gástrica que llevaba. Por todas partes leía sobre los beneficios de la lactancia materna y parecía que hasta se juzgaba de forma negativa a las madres que se decantaban por la leche de fórmula, pero mi bebé ¡no tenía fuerza para sacarla! Me sentía muy mal porque no podía darle el pecho y mi sentimiento de culpabilidad iba in crescendo.

Afortunadamente es un niño fuerte y salió adelante ¡¡tiene alma de guerrero!! De eso estoy convencida. Siempre por delante de lo que decían los médicos, tuvo respiración asistida menos de 12 horas, cuando los médicos había pronosticado 48 horas, y así con todos los pasitos que iba dando.

Un mes exacto después nos lo pudimos llevar a casa, con 1.850 kg. Durante los siguientes 15 días vino una enfermera a casa cada dos días para ver cómo estaba y pesarlo. Actualmente lo hacen muchos hospitales, se llama “alta domiciliaria” y está comprobado que los bebés se recuperan antes estando en casa que en el hospital, pero para esto necesitan alimentarse por sí solos, y no con la sonda.

A los 15 días, el 14 de Marzo, que era la fecha en la que yo salía de cuentas, le dieron el alta definitiva y ¡fue entonces cuando empezó mi aventura de ser mamá!



*No quiero que ninguna mami que esté embarazada se asuste, sólo trato de explicaros que si pasáis por la misma experiencia o parecida, y os sentís identificadas con lo que explico, es completamente normal y no tenéis porqué sentiros mal ;)

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